Cuando era niño y me sentía asustado o lastimado, acudía a mi padre o a mi madre, o a algún proveedor de cuidados, para consuelo. Como adulto, estoy consciente de que el Espíritu es mi escudo ante cualquier tormenta. Encuentro protección ilimitada al dirigirme a mi interior para orar en silencio. Al conectarme de nuevo con el Espíritu, inmediatamente siento Su presencia protectora. En esos momentos callados de descanso y paz me siento a salvo. Allí, mi fortaleza y valor son restaurados. En cualquier momento dado, respiro profundamente y con cada aliento me siento más seguro. El Espíritu en mí es mi refugio. Soy divinamente protegido y todo está bien.
Texto devocional: ¡Confíen siempre en Dios! ¡Vacíen delante de él su corazón! ¡Dios es nuestro refugio!—Salmo 62:8