Una de las maneras más poderosas de demostrar el amor de Dios es mediante el perdón. Cuando perdono a otra persona, me convierto en el amor de Dios en acción. Aferrarme al resentimiento agota mi energía, así que no lo hago ni siquiera por un instante. Perdono rápida y diariamente. Lo interesante es que mientras más dispuesto esté a perdonar, menos necesito hacerlo. Veo a los demás en la luz de la aceptación y comprensión. Sé que han existido momentos en los que he cometido errores. En vez de morar en el arrepentimiento, hago las paces según pueda. Luego, elijo conscientemente perdonarme a mí mismo de la misma manera que perdono a los demás. Me siento más ligero y más de acuerdo con mi propósito. Eso es gracias al poder del amor de Dios, obrando por medio de mí, como perdón.
Texto devocional:Tampoco yo te condeno.—Juan 8:11