Siento felicidad de muchas maneras: la primera sonrisa de un bebé, compartir con amigos o la belleza de un atardecer. Mas tengo presente que mi dicha es el resultado de mi actitud, de mi trabajo interno. Me doy un “tratamiento de felicidad” cuando comienzo mi día con una frase positiva tal como: Yo soy una expresión de Dios. O puedo mirarme al espejo y sonreír, apreciando la luz del amor en mis ojos. La felicidad comienza conmigo e irradia de mí dando un toque ameno y cálido a mi mundo. Si enfrento una situación difícil, no permito que ésta me desanime. Recuerdo que lo mejor de mí está en mi interior: el poder y la fortaleza de Dios. Permito que mi naturaleza jovial fluya en toda circunstancia.
Texto devocional: ¡Que se alegren sus fieles por su triunfo! ¡Que salten de alegría!—Salmo 149:5