Cuando oro, me conecto conscientemente con Dios. Aunque puede que ore por muchas razones, recuerdo orar siempre partiendo de una conciencia de fe. Afirmo: Esto o algo mejor, Dios; y lo dejo ir. Preocuparme aminora la energía de mi oración. Así que oro con fe en que todo obra para el mayor bien posible. Mis pensamientos y los deseos de mi corazón se unifican según visualizo que mi oración es contestada. Al prestar atención devota, discierno la voz o la actividad de Dios. Esta viene a mí de muchas maneras —quizás como un sentimiento, un sueño o una idea divina en el momento correcto y perfecto. Sigo mi guía interna y hago mi parte para que mi oración se manifieste. Avanzo con claridad y seguridad.
Texto devocional: Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad.—Juan 16:13